Hace muchos años, realizando una investigación para un trabajo artístico gráfico, me encontré con el término *sublimat*, traducido es igual a sublimador *sublimador* y hace referencia a aquello que "ennoblece, ensalza, glorifica, pondera a una persona". A decir de los expertos, está en desuso (al menos en su significado más antiguo). 

Sublimat

Fué Freud, el padre de la psicología moderna, quien la empleó (y creo que también la arruinó) en El malestar de la cultura. Un texto donde, en pocas palabras, plantea que el ser humano tiende a ser naturalmente destructor, violento, y cargado de pulsiones sexuales la cuales desvía realizando actividades creativas o artísticas; lo cual, dice, es la causa de la permanente insastifacción de la cultura (control impuesto = frustración).

Mi primera reacción cuando leí esa teoría fue un natural “pero... ¿qué me está diciendo este h...a? que ¡¿yo, ¡YO! (así, gritado), dibujo, esculpo y escribo para desviar y ocultar mis impulsos sexuales?! ¡yo es que lo mato!"

Y, es que, cuando uno se dedica al arte, no hace si no pensar en lo noble y grande que es este oficio. Incluso, pasa por una etapa en la que cree que puede cambiar el mundo con arte. Al menos a mí me pasó. Por otro lado, no podría yo, en mi humilde capacidad intelectual, afirmar o rebatir semejante planteamiento (tampoco es que tengo mucho tiempo o ganas para ello). Sin embargo, también en mi sencilla vida diaria, me pregunto muchas veces si es que acaso seremos, como dijo Freud, naturalmente destructivos.

Si no, ¿dónde están los buenos? ¿quiénes son? ¿qué hacen? ¿cómo canalizan sus impulsos, o “pulsasiones sexuales” y destructivas? ¿existen?

Digitus, mis “dedos”, los dedos del mundo.

¿Han visto cómo los dedos están concibiendo el “nuevo” mundo? Nunca el concepto de humanidad había estado tan ligado a esas extremidades, ligeras, hábiles, únicas. Nunca nuestros algoritmos habían sido tan “digitales”.

Hace años, cuando impartía clases de Evolución Histórica de la Estética y de Dibujo, en la Escuela de Arte de mi ciudad; solía decir a mis alumnos que sus dedos igual tenían que valerles para difuminar el carboncillo en un dibujo, que para despejar sus dudas acerca de la forma en la que la estética es transformadora de la sociedad. Les decía “¿saben que sus pulgares e índices juntos son un arma letal? ¿alguna vez reflexionan por qué no conciben usarla en contra de alguien, por mucho que les haga daño?” Ellos se quedaban atónitos, pero luego de reflexionar, llegaban a la conclusión por sí mismos de que, no lo hacían, porque hay algo dentro del alma, algo bueno que nos dice que, eso, no está bien. Ahí aprovechaba para decirles que eso se debe (pienso) a la emoción estética, pricipalmente. Ella nos enseña a apreciar lo bello, en su más mínima expresión. 

Dedos sublimadores

Freud debió estar muy frustrado cuando concibió la creatividad como una desviación de la pulsaciones sexuales y agresivas. Y no es que yo, (soy un ser humano) no haya sentido nunca la ira o el impulso sexual irremediablemente arrebatador. Es que no concibo que cosas como esas puedan ser disfrazadas. Del impulso sexual se sale, incluso con los dedos. De la rabia, del deseo de destrucción, se sale construyendo, generando cambio, sublimando nuestra condición humana. Lo siento Freud, esta vez te “pelaste”, como decimos en vulgar criollo.

Yo vivo en medio de un sopor de miedos; en un lugar donde alzar la voz te puede significar lo mismo una bala que un par de ruedas en la cabeza (pegadas al vehículo, por supuesto). Vivo donde la violencia es ley; reproducirse sin conciencia, es norma; y, pensar, una aventura peligrosa.

¿”Vivo”, he dicho? Más bien, creo que “estoy”. Porque escojo estar, escojo hablar, escojo sublimar mi existencia.      

Al final, han sido mis dedos, los sublimadores de mi existencia. Espero, con ellos, volar.

Gracias por leerme, gracias por estar. Gracias a los responsables de esta nueva red; que siento tan cercana.